Me piden que escriba. Hago un intento, pero mi inspiración se ha ido. Está lejos de mis dominios. Lejos. En un rincón oscuro e inalcanzable, donde se tejen los sueños que no despiertan hasta pasar el invierno. Me vuelco en la angustia de este tiempo sin retorno, buscando palabras con las que pueda trenzar la madeja de frases que reflejen mis pensamientos más remotos. Pero el estío me deshoja. Me derrite junto con estas páginas que intento salvar del fuego, de un olvido involuntario.
Observo a mí alrededor. Busco ayuda en mis semejantes y huyo con gente que pasan deprisa, cargando maletas repletas de quimeras sin materializar. O con otros que caminan desgarbados por el peso de un pasado insoluble, que va deformando sus huesos.
Miro al cielo y me pierdo en la espesura de infinitas interrogantes, que vuelan con el viento hasta disolverse en la nada o me hundo en el océano, intentando cristalizar el sonido de un momento, en el vaivén azul e incansable de su vastedad. Pero me detengo en esta línea, al silencio de mi voz. En el mutismo de este instante en que pretendo recolectar, a través de un soplo, viejas palabras que motiven mi inspiración, para anudarle las alas junto a los arpegios asonantes de una canción olvidada que te pueda regalar.
©Ingrid Gómez Natera
26/7/3
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