En un blog amigo, concretamente en el de Neibi Puig, extraido a su vez de Diario Libre, he encontrado esta joya que quiero compartir con ustedes. Espero que lo disfruten tanto como yo y que puedan sacarle provecho. Ademas de aprender un poco mas acerca de los domincanos.
En la foto: Manuel Salvador Gautier y Antonia Vásquez de Freites.
Desde hace más de un siglo los historiadores vienen poniendo atención a lo que algunos llaman la dinámica de clases de las sociedades. Por influencia del marxismo y otras escuelas sociológicas, muchos practicantes de las ciencias sociales insistieron durante muchos años en que el método más importante en sus estudios era el "análisis de clases" pues esa era la manera en que mejor podía entenderse la dialéctica de las relaciones sociales.
Esta fue una de las modas académicas más extendidas durante más de medio siglo, y por ello fue muy frecuente ver publicados cientos, sino miles, de libros enfocados en la participación de las llamadas clases populares en el devenir histórico. Por clases populares normalmente se entendía que se hablaba de los obreros industriales, los campesinos, los peones agrícolas, los chiriperos, los soldados, los mineros y algunos grupos artesanales, entre otros.
Durante la segunda mitad del siglo XX, los sociólogos y los historiadores le pusieron poca atención a otras clases tan visibles como ésas, a pesar de que en muchos casos jugaban un papel muy decisivo en el acontecer social.
Por eso son tan infrecuentes los buenos estudios de los empresarios industriales, los hacendados, los banqueros, los dueños de las minas, los navieros, los profesionales destacados y otros grupos que funcionan en la cúspide de la pirámide social.
Si hemos de mantener el análisis de clases como un instrumento de comprensión de la estructura y dinámica de las sociedades, entonces lo lógico sería darle entrada en ese escenario metodológico a todas las clases, incluyendo las llamadas "clases dominantes" pues éstas, quiérase o no, juegan un papel fundamental en la orientación y en la conducción de los pueblos.
No es necesario que las obras sobre estas "clases superiores" sean producidas por reconocidos académicos salidos de las grandes universidades para que sus contenidos retraten con fidelidad el acontecer social. Hay varios géneros narrativos que pueden ser más reveladores que los áridos tratados sociológicos o las narraciones históricas formales, como son, por ejemplo, la novela, el cuento, el teatro, la crónica, el relato y el cine, las memorias y la biografía.
Todos esos géneros son válidos como métodos de representación de la realidad siempre y cuando sus autores y sus públicos entiendan sus limitaciones epistemológicas, pues ninguna narración agota nunca en todas sus posibilidades los hechos narrados.
Por ello, un hecho, un proceso, un fenómeno, pueden ser narrados numerosas veces a partir de perspectivas distintas que mantienen su propia validez objetiva, y por eso las narraciones históricas pueden ser abordadas con distintos lentes cuya utilización selectiva depende de la decisión soberana del narrador.
En pocas palabras, cada quien escoge el tema que va a narrar y, asimismo, decide con qué género va a realizar su narración. De la misma manera, cada narrador escoge sus temas a partir de motivaciones muy singulares ancladas en su propia subjetividad y en su propia soberana decisión.
Cada narración es, pues, un acto de suprema libertad individual, libertad que debe ser respetada tanto en el ejercicio literario como en las motivaciones últimas de los autores.
Algunos escritores escogen sus temas a partir de procesos íntimos a los que nadie más puede acceder, y una vez que lo hacen es la sola responsabilidad de ellos de contar sus historias de la manera más libre que les sea posible.
Esa libertad debe ser respetada por los lectores. La relación lector-escritor, o escritor-lector, es de una libérrima libertad (no es redundancia) pues uno escribe lo que desea y el otro lee lo que quiere, sin que uno influya en la decisión del otro.
Se ha dicho muchas veces que cuando un libro sale de las manos de un escritor esa obra deja de pertenecerle y adquiere una vida propia que la pone a rodar por caminos que su autor ni nadie pueden prever. Los motivos del escritor quedan como testimonio del origen de la obra, pero ya no son esos motivos los que determinan el futuro de ésta.
El destino de la obra literaria o histórica lo determinan otros factores, entre ellos su relevancia para entender una sociedad o un grupo social en un momento determinado, o su función como reflejo de las condiciones sociales de una época.
También determinan ese destino los múltiples y casi infinitos usos que hacen los lectores de esa obra. Para algunos puede ser mero entretenimiento, para otros puede ser revelación psicológica, para otros puede ser una epifanía. Para cada quien la obra literaria o histórica es un producto distinto.
Por ello es que los autores no controlan el destino de sus libros. Sus intenciones no siempre van en armonía con la recepción que hace el público de su creación. Usted puede escribir un libro para sanar una depresión por orden de su psiquiatra, y de repente descubre que esa obra cumple una función didáctica o académica que usted nunca imaginó que tendría.
Esto es lo que ocurre con la obra de Antonia Vásquez de Freites titulada Memorias de una Curiosa, que comenzó a circular esta semana.
Antonia escribió este libro para liberar sus tensiones, penas y temores, y ahora resulta que su obra es algo que va más allá que una sesión, o serie de sesiones, de terapia psiquiátrica.
Antonia ha escrito la obra más importante que se haya producido en el país acerca de una clase que ha carecido de historia hasta ahora. Una clase a la cual no le habían contado su historia porque durante el siglo XX, con la "rebelión de las masas" y el "marxismo vulgar" de por medio, era políticamente incorrecto escribir acerca de lo que deberíamos llamar el patriciado urbano tradicional dominicano, ese micro-universo particular que formaba parte de las llamadas "clase dominantes".
Este libro, como dice Manuel Salvador Gautier al final de su introducción, que luce como una frívola relación de anécdotas familiares de una joven inquieta e inteligente que crece en una familia de gente blanca y rica, bien educada y refinada, directamente conectada con las familias principales de las principales ciudades del país, pero es mucho más que eso.
Es, además, un testimonio de una época que empezó a cerrarse con el ascenso de Trujillo al poder, pero cuyos valores han continuado siendo conservados por muchas familias de ese patriciado a quienes el dictador les quitó el poder económico y político, pero no les pudo arrancar la educación, las buenas maneras, sus valores religiosos, ni sus buenas costumbres.
Muchas personas leerán esta obra con curiosidad familiar y amistosa simpatía, pues está escrita como un documento casi para consumo privado de la familia extendida de la autora.
Sin embargo, una vez que este libro salga del círculo familiar de los Vásquez y los Freites, otras personas tendrán entonces la oportunidad de entender cómo era la cúspide de la sociedad capitaleña en aquel tiempo que podríamos llamar también "la belle époque" dominicana.
Allí conocerán esos lectores que no era necesario ser muy rico o muy blanco para pertenecer al patriciado dominicano, pues los requisitos eran otros, y verán que en la base de todos ellos estaba la educación familiar, la buena educación doméstica, la seriedad y la honradez, el cumplimiento de la palabra empeñada, la solidaridad y la caridad cristiana.
Antonia Vásquez de Freites escribe en estilo autobiográfico y nos describe una familia criolla blanca en su evolución a lo largo de tres generaciones, pero en el camino nos va dejando entender un mundo más amplio compuesto por personajes de la alta política, de los negocios y de las organizaciones sociales y religiosas.
También nos va retratando, desde la óptica de su vida familiar, cómo fue cambiando la República Dominicana desde el gobierno de Horacio Vásquez hasta estos mismos días; cómo Trujillo se apoderó del país y humilló a los que no eran de su clase imponiéndoles a muchos, primero, cárcel y castigos y, luego, invistiéndolos con cargos públicos, honores sociales y dignidades políticas siempre y cuando se resignaran a servirle.
Llama la atención los múltiples rituales de servicios y lealtades familiares que mantienen ligados a los personajes que Antonia Vásquez de Freites retrata a lo largo de su narración, desde las parientas empobrecidas a quienes los de mejor posición ayudaban en todo lo posible durante la Gran Depresión de los años treinta, hasta la protección que ella y su esposo, y su prima Josefina y su esposo, brindaron a Luis Amiama Tió y su hermano a raíz del ajusticiamiento de Trujillo.
Discreción, lealtad, amistad, solidaridad, educación, refinamiento, honradez, caridad, religiosidad, servicio público y ciudadano, entre muchos otros altos valores, son algunos de los rasgos que la autora, sin proponérselo expresamente, va resaltando como componentes del ethos familiar y social de ese patriciado urbano que hoy, a principios del siglo XXI, va en camino de desaparecer en la República Dominicana.
Cuando usted lea este libro, amiga lectora, goce de las flores, las recetas, los vestidos, los sombreros, las fiestas en los clubes y casas de familia, los grandes bailes de salón, los viajes al extranjero, las tardes de té y los juegos de canasta y póker, sí, pero póngale atención, por favor, a otra historia más profunda, más decisiva, que va rodando por debajo de las aparentes frivolidades que una clase que luce ociosa (como le llamaba el sociólogo Thorstein Veblen), pero que formaba y todavía forma parte del entramado social del país, y sin la cual no es posible entender la vida dominicana.
Clase ésta sin la cual no es posible entender la historia dominicana contemporánea pues ha servido de modelo a varias clases nuevas, emergentes, que con éxito variable tratan de imitarla externamente obviando, lamentablemente, los valores fundamentales que sostenían y aún sostienen a los miembros sobrevivientes de este patriciado urbano.
Es un testimonio de una época que empezó a cerrarse con el ascenso de Trujillo al poder, pero cuyos valores han continuado siendo conservados por muchas familias de ese patriciado a quienes el dictador les quitó el poder económico y político, pero no les pudo arrancar la educación, las buenas maneras, sus valores religiosos, ni sus buenas costumbres.
De Frank Moya Pons en Diario Libre
http://www.diariolibre.com/noticias_det.php?id=286328
Publicado a su vez por LNG en domingo, abril 10, 2011
UN ARTICULO MUY INTERESANTE. GRACIAS POR COMPARTIRLO.
ResponderEliminarUN ABRAZO
Muy intersante y bonito en estos tiempos que los valores y el respeto cuestan de encontrarlos y eso no se compra con dinero.
ResponderEliminarRentih, Pienso que cuando encontramos un tema relevante hay que difundirlo...
ResponderEliminarAbrazos
Carmen, eres muy amable. Estoy muy de acuerdo contigo. Los valores humanos no tienen precio...
ResponderEliminarUn gran abrazo