viernes, 20 de junio de 2014


EXPRESION DE UN ANCESTRO

Dicen que mi raza ha desaparecido, que se ha perdido en el tiempo, que la ha borrado el olvido. La verdad es que a todos estos años hemos sobrevivido, ocultándonos en la sombra de un recuerdo, en el olor de la nada. Amparándonos en el vacío que dejó nuestro nombre. Sólo aprovechando del sol, que tanto amamos, el reflejo del alba, y del río sus profundos misterios. Después, tenemos que dejar de ser lo que somos y vivir en otro cuerpo. Volvernos objetos inanimados o higuacas sin nidos, convertirnos en trozos de canarí, en dijes de madera, en árboles raros o en cibas deformes. Encomendándonos a nuestros dioses hasta que llegue la noche. Así por  siglos hemos sobrevivido. Mirando como se destruye nuestra tierra, como secan nuestros ríos, como deshacen nuestra historia y como inventan con nuestra memoria.

Soy Cibaniona. Vengo de una tribu de la sabana, descendiente de nitaínos. Soy heredero de estas tierras. Nos pertenecen desde que el tiempo fue tiempo, pero la siento como una tierra extraña. Antes decían que era la colonia, ahora dicen que es la patria, pero para nosotros es sólo nuestra tierra porque de colonia y de patria no sabemos nada. Solo sé que éstas son las tierras de Maguá. Las tierras por las que murió Guarionex.

He crecido, como todos los de mi pueblo, con esta historia clavada en el pecho escondiéndome de la  libertad que me reclama, acogiéndome a los consejos del behiche y de las ancianas. Vemos  nuestro mundo a través de los huecos de las ramas, en el espejo del agua o en el sabor de la leyenda de unaguayma.  Muchos nacieron, vivieron y murieron conociendo así nuestras alegres montañas, recogiendo anaó antes de que saliera el sol, y construyendo canoas de ceiba. Solo así resistieron, navegando en los párrafos de esas leyendas. No vieron de otra manera las playas y apenas conocieron el turey azul. Y así, cantaron el areito alrededor de Nonum. Ese hermoso rito era lo único que les hacía sentir libres de verdad, envueltos en el humo confuso y perfumado de cohoba y cohíba, danzando al son de güiros y maracas. El areito era lo único que vivíamos en realidad porque nuestro mundo, simple y llanamente, estaba limitado a las leyendas, y nada más.


Ingrid G. Gómez N.
2004

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